23 de julio de 2008

Comentario sobre el cuento: "¿Iremos a aquel árbol morado?

Estoy recordando que mucho antes de realizar el cuento "¿Iremos a aquel árbol morado?", me encontraba de vacaciones y mi sobrina y yo nos fuimos al cerro a tomar fotos; encontramos muchas hierbas, plantas con espinas grandes, demasiados árboles secos y hasta un árbol con flores de color morado, así fue como me vino la idea de realizar este cuento fantástico y dramático.

Yo sé que aún me falta mucho por mejorar y además este es el primer cuento que he publicado.
Dedico este cuento a mi sobrina, ya que me hizo algunas sugerencias para la realización del mismo y me ayudo a mejorarlo, estructurar el cuento, fue un poco largo, pero de todas maneras, lo disfrute mucho.

20 de julio de 2008

Exposición colectiva en Colomos

Voy a participar una exposición colectiva con dos obras en Castillo del bosque de Los Colomos, que se encuentra en el interior del conocido Parque Los Colomos, de la ciudad de Zapopan, Jalisco.

Por primera vez, mostraré algunas de mis expresiones sobre el Interior del mar, como expresar lo que imagino como viven los seres del mar, así como el tiempo, espacio y el ambiente.

La inauguración será el 25 de Julio a las 6 pm, habrá una pequeña recepción. Permanecerá hasta el 22 de Agosto del 2008.

Casa de los Colomos
Calle Chaco No. 3200 Col. Providencia

11 de julio de 2008

¿Iremos a aquél árbol morado? - Cuento

A mi sobrina Citlalli
-¡Que maravilla que nos vamos a ir al cerro! —dijo Danea mientras se pintaba los labios, y luego añadió-: ¿A ver qué tal?
-Si, Danea. Me acuerdo que cuando venimos a vivir aquí y encontramos el cerro alto... No puedo olvidar la ansiedad por conocer allá arriba.
-¡Ah, si! Me acuerdo que cuando llegamos, al principio no sabíamos qué hacer, ya que este rancho está bien pequeño. Hay muy pocas cosas que hacer, pero después, que encontramos al cerro, lo primero que pensamos rué subir hasta la cima. ¿Qué más? No tenemos nada que hacer la mayor parte del tiempo.
-Si. ¡Mira! ¡Tengo más pecas en mi cara! —se quejó Natalia, que se observaba en el espejo-.Voy a ponerme bronceador, sino, me quedará como piel de camarón y me saldrán más pecas en menos de media hora -dijo enfurecida mientras se ponía la crema protectora.
Natalia y Danea eran primas inseparables. Natalia se acomodó la gorra con el pelo recogido, se puso unos lentes oscuros y muy grandes sobre sus ojos azules como el océano enmarcados por su piel sensible y blanca. Era mayor que Danea. Danea, al contrario de Natalia, era morena y de ojos oscuros. En lo único que se parecían era en el cabello chino aunque de distinto color.
-¿Lista? -preguntó Natalia.
-Casi, casi. Nomás déjame arreglar un poco mi pelo -que lucía suelto-.Ya estoy lista. No. Espéreme, voy por mi cámara.
Natalia se incomodaba, pero la esperó un poco más y luego salieron de la casa antigua y chiquita en la que apenas cabían sólo dos personas. Natalia cerró la puerta con llave grande.
-¡Vaya con que aquí aún hay tradición de usar puertas de madera con llaves tan enormes y pesadas que ni sé cómo guardar!- dijo Natalia, que buscaba en donde poner la llave al tiempo que caminaban.
Danea sólo llevaba su cámara, pero Natalia llevaba la funda de la cámara, las pilas y la llave. Durante el recorrido, sintieron el sudor. Danea alzó la cabeza hacia arriba y Natalia la copió, alzó la cabeza con los lentes oscuros.
-El Sol está fuerte. A ver si no me quema mucho -repuso Natalia, muy al pendiente de su delicadeza piel.
Continuaron el camino entre casa y casa de adobes hasta que se detuvieron junto al cerro, ya retirado del rancho. Alzaron la vista hasta la cima del cerro, se prepararon a sacar las fotos.
-Aquí hay demasiados árboles secos, sin hoja alguna en las ramas -susurró Danea.
-Si, ya vamos a subir aunque el cerro está demasiado inclinado -quitó sus lentes y su gorro para tomar las fotos.
Parecía que cojeaban y con mucho esfuerzo para subir en las partes muy inclinadas, iban acercando a los árboles a fotografiar. Sólo podía escucharse el ruido de los «clicks» de las cámaras. Natalia decidió ir más arriba a buscar algo para fotografiar; volteó la cabeza hacia su derecha, no estaba Danea a su lado, intentó encontrarla dando vueltas sobre sí misma. Esforzó su vista, a lo lejos encontró a Danea, parecía una hormiguita, tomaba fotos en otro lado.
-¡Me voy más arriba! -gritó Natalia, a la vez que volvía a ponerse los lentes y la gorra. Esperó un momento para ver si Danea se acercaba, pero ésta no se movió. Volvió a esforzar la vista, pudo ver a Danea que estaba muy concentrada. Repitió: -¡Te veo arriba!
De nuevo, se esforzó para subir más; con la espalda jorobada grababa un pequeño video de la subida. Se paró y giró, al terminar la media vuelta, Danea la había alcanzado y volvía a estar al lado de Natalia, que no había parado de tomar fotos. A partir de aquí siguieron siempre juntas. Estaban muy arriba del cerro, tanto que ya podían ver el rancho y a las casas súper pequeñas. Voltearon hacia arriba para ver cuánto faltaba para llegar.
-Vamos a subir más -repuso Danea emocionada.
-Si, hasta la cima.
Durante el recorrido, en varios puntos, encontraron cercas de piedras enormes que tuvieron que cruzar. En el camino encontraron algo raro: entre las plantas secas había algunos fragmentos de algo de color casi blanco, se acercaron a echar un ojo. Eran huesos de un animal grande. El lugar les pareció raro. Era muy silencioso. Se les ocurrió tomar fotos de aquellos huesos, Natalia se quitó los lentes de nuevo, alzó la vista con su cámara.
«¿Habrá animales enormes por ahí? ¿Iré hasta la cima? ¿Y si encuentro algún animal, qué hago? O ¿Mejor me regreso?» Pensó Natalia, que comenzaba a sentir temor.
«¿Sigo hasta la cima? Yo si, pero ella... ¿Me acompañará? ¿Se animará?» dijo la voz interior de Danea.
Natalia volvió a ponerse sus lentes oscuros y miró a Danea sin saber qué decir. Danea observaba la cara casi tapada de Natalia y le preguntó:
-¿Vamos a subir más?
-A mí me da igual -mintió Natalia. Después pensó? «Si ella quiere, bueno la acompaño, tengo que ser valiente.»
-Entonces ¿Seguimos?-preguntó Danea.
-Si —respondió con firmeza.
«No nos va a pasar nada.» Pensó Natalia.
Avanzaron, de nuevo con mucho esfuerzo y durante un buen rato. Había demasiadas piedras en todos los lados y hubo más cercas bajas y otras muy altas que cruzar. Iban más alto y más alto cada vez. Se veían aún sin llegar a la cima. Se detuvieron a verse, detrás de una cerca, había arbolitos que median menos de un metro y medio, muy secos, demasiado juntos. Todo era solitario y silencioso.
Natalia y Danea se miraron fijamente a los ojos, sin decir palabra; estaban empapadas de sudor, exhaustas. Voltearon la cabeza y alzaron la vista hacia arriba, había un árbol con flores moradas. De nuevo se miraron.
-¿Iremos a aquél árbol? -preguntaron al mismo tiempo.
-No sé. ¿Y tú? -contestó Danea con duda.
-Pues, para tomar fotos al árbol, si. Pero... ¿Pasar por este lugar tan raro?... No sé.
Se quedaron calladas y muy pensativas: «¿Iremos o no iremos?»
-Bueno, mientras tanto -dijo Natalia-: tomemos fotos y pensamos bien nuestra decisión.
-Me parece bien -repuso Danea. De nuevo, se prepararon las cámaras.
Natalia volvió a quitarse los lentes que colgó en su playera. A la hora de tomar las fotos, le estorbó su gorra y también se la quitó, enseguida tomó unas fotos, se concentró profundamente en el manejo manual de la cámara. Se separaron un poco, estaban de espaldas. Danea se encontraba tomando fotos hacia arriba y Natalia hacia abajo del cerro. De pronto, Danea escuchó un extraño ruido, que parecía venir desde donde algo se movía en las ramas de los árboles.
«No hay viento por aquí.» Se dijo a si misma.
Continúo fotografiando, volvió a mirar el árbol morado, decidió plasmar aquella imagen, tomó la foto con zoom y de repente escuchó como un bramido; vio en la pantalla de la cámara, un animal entre los árboles, ligeramente asomaba su cabeza, Danea abrió los ojos.
-¡Natalia! —temblaba su voz.
Natalia no le hizo caso, Danea se dio cuenta que estaban de espaldas. Volvió a gritar: -¡Natalia!
Tampoco la escuchó, Natalia estaba muy distraída. Danea tuvo que acercarse un poco, tocó fuertemente el hombro de Natalia. Natalia se asustó y alzó la voz: -¡¿Qué?!
-Mira... -dijo casi pasmada e indicó su dedo en la cámara. Natalia se acercó a ver en la pantalla de la cámara. Desde lejos, el animal bramó aún más fuerte, con desesperación.
-¡Es un búfalo! -aseguró Natalia. Y corrió hacia abaja
Se detuvo, volteó y alzó la cabeza. Danea estaba inmovilizada. El búfalo saltó de entre los árboles. -¡Corre! -gritó Natalia, sin dejar de correr.
Danea obedeció la orden de Natalia. Se oían las pisadas del animal.
-¡Corre! ¡Corre! -volvió a gritarle Natalia con desesperación.
Danea, desde lejos, miraba al búfalo que gruñía e iba acercándose un poco más, entonces Danea corrió y alcanzó a Natalia.
«¡Ay! Como me duelen los pies inclinados así, a la chin... Este cerro es demasiado inclinado y me estorban estas piedras». Pensó Natalia. Llevaba sujetada en su mano la cámara, que seguía prendida. Danea pasó por delante, pero Natalia se resbaló y se lastimó el brazo, se levantó y siguió corriendo, trataba de llegar con Danea, que se alejaba un poco.
«¡No! ¡Se ensució mi cámara con esta tierra roja!» Enfureció Natalia en su interior, sin parar de correr. Limpió y guardó la cámara en la funda con correa. El búfalo las perseguía mientras bramaba.
-¡Dios! Otra vez tenemos que brincar las cercas. ¡Estamos perdidas! -susurró Danea.
-Si. Estamos en otra ruta y peor que está más horrible De nuevo, Danea se quedó atrás de Natalia. Volteó la cabeza hacia atrás y gritó:
-¡Esta más cerca de nosotras!
Natalia frenó como un carro cuando va a chocar contra otro. Danea chocó en la espalda de Natalia.
-¿Qué pasó? –preguntó Danea, con la cara pálida.
-Mira abajo –repuso Natalia.
Danea miró. A más de un metro hacia abajo, había lodo. No había manera de ir por otro lado, estaban rodeadas de hierbas, era imposible salir atravesándolas. Natalia, con valentía, bajó cuidadosamente, encontró piedras puestas en el lodo. Avanzó pisando las piedras. Danea la imitó. Pero cuando Natalia pisó la última piedra, para salirse del lodo, ésta estaba suelta, se movió y Natalia cayó fuertemente.
-¡Ay, mi rodilla! –se quejó casi gritando y adolorida. Se fijó en el lodo que quedó en su pantalón.
Se levantó asustada, el búfalo bramaba aún más fuerte.
-¡Vamos! ¡Danea, rápido!
Sintió que Danea no se acercaba. Natalia se detuvo, vio que los pies de Danea estaban atrapados entre las hierbas espinosas. El búfalo estaba ya como a unos diez metros de donde se encontraban. Natalia tomó y jaló la mano de Danea, así la pudo liberar. Corrieron lo más aprisa que pudieron.
-¡Apúrate!
-Si, si, si…-obedecía Danea nerviosa.
Vieron la cerca muy alta, brincaron y se quedaron atrapadas, en lo que parecía un corral lleno de hierbas, de inmediato el búfalo ya estaba detrás de la cerca. Buscaron la manera de salirse. Natalia movía su cabeza buscando, pero Danea no sabía qué hacer. El búfalo golpeó las piedras que caían de una a una.
-¡Viene por nosotras! –Danea gritó lo que pudo.
-¡Ya encontré el modo de salir de aquí!
-¿Dónde?
-¡Allá!
-¡Hay demasiadas hierbas! –observó Danea-. ¿Cómo salimos de aquí?
-¡Hay que quitar esas hierbas y brincamos, tontita!
Fueron al lugar encontrado por Natalia, quitaron las hierbas. Salió primero Danea, pero a Natalia se le atoró un pie en las piedras. El búfalo, estaba cerca de Natalia.
-¡Ayúdame!
Danea jaló los brazos de Natalia. Ambas se cayeron. Habían salido del corral. El búfalo, que no había parado de bramar, quedó atrapado. Natalia y Danea se levantaron y se alejaron corriendo del cierro.
Casi llegando al rancho, dejaron de correr. Estaban fatigadas, exhaustas y faltas de respiración.
-Desde arriba hasta aquí, me he quemado mucho. Mira mis brazos y eso que me puse bloqueador -dijo Natalia, decepcionada-. ¿Y mi cara?
-Si, Estás rojisísima. Me arrepiento de no haberme puesto la crema protectora, mira mi pecho.
-Si, también tu cara. Te ves más morena. -Levantó su brazo para ver el reloj-. Fueron cinco horas. Mi pantalón se rompió y hasta mis tenis y... el lodo.
-Natalia...
-¿Si?
-Me duelen mis tobillos, casi no puedo moverme.
-Déjame ver —se hincó. Sintió el dolor enorme de su rodilla y su brazo, se acordó de su caída. Levantó las bastillas del pantalón de Danea.
-¡Dios! Tienes espinas encajadas -dijo apurada Natalia.
-¿De veras? No me acordaba. Ni siquiera me dolía.
-Pues si, a mi también -, intentó levantarse, casi no pudo por tanto dolor.
-¿Qué tienes? -preguntó Danea.
-Mi rodilla... es que me caí.
-Cierto.
-Estoy sedienta. Nos olvidamos de llevar el agua. Danea asintió.
-Ya vamos a curar nuestras heridas. Te ayudo a quitarte las espinas... y a descansar -finalizó Natalia.


Compilado por Minerva Mendoza

8 de julio de 2008

Experiencias en Literatura


Hace días, terminé el curso del taller de cuento, realmente he aprendido muchas cosas nuevas, ya que hay muchos tipos y formas para realizar un cuento. Después de seis meses estudiando, ha sido muy lindo y nuevo dentro de mi vida. Realmente no es mi prioridad el ser escritora profesional para toda la vida, si no por el gusto de tener los conocimientos literarios y a escribir en mi tiempo libre y mejorar la redacción, vale la pena, porque me ha servido mucho.

Aunque el cuento no es mi pasión si no es la novela, estoy consciente que la novela se tarda más para hacer que un cuento, pero me fascinaría realizar una historia larga. De todas maneras, hice un cuento que se titula: ¿Iremos a aquél árbol morado?, para la publicación en los libros por el fin del curso, junto con mi único compañero y otros alumnos de mi maestra y apenas el 4 de Julio, se publicaron en el evento final.

Lo que me emocionó fue el cooperar con mi maestra y sus alumnos, doblando hojas ya impresas para convertir en libros, lo cual me gusto mucho como se hacen, aunque es tanto trabajo y quiero saber más del como se hacen los libros de otras formas.

Para en el próximo post, publicaré el cuento completo: ¿Iremos a aquél árbol morado?

¡Espéralo!