17 de diciembre de 2010

Jean Guitton, un testigo del siglo - Parte II

Los dos siguen conversando sobre la gloria, la muerte, la historia de Francia. "Soy católico porque soy librepensador", dice Guitton a De Gaulle. El libro termina con el juicio divino al filósofo, en el que participan, entre otros, Teresa de Lisieux, Santo Tomás de Aquino y el presidente Mitterrand. Éste le reprocha su permanente recurrencia a la paradoja, y Guitton le responde:

-La realidad misma es paradójica. Dios es, por excelencia, el espíritu paradójico. Pero en Él es muy natural ser paradójico. Y más aún, somos nosotros los paradójicos con respecto a Él, con nuestro pensamiento hecho de antemano y si paradoja.

La defensa del cristianismo como una realidad histórica y no mítica; la idea de que la mística es el centro de toda religión, la moral y la política, son, entre otros, los temas a abordar por el escritor en sus discusiones y pláticas con cada una de los personajes convocados.

En éste, su último libro, nos invita Guitton a pensar con él y avanzar en esta "suma personal" y ser testigos del testimonio conmovedor y vivencial de las razones que lo llevaron a ser un creyente paradójico y abrazar la verdad por el hecho de que alguien, hace dos mil años logró que el amor venciera a la muerte.

Último exponente de una generación que incluye nombres como los de Jacques Maritain, Leon Bloy, Daniel-Rops, Etienne Gilson y Julian Green, el de Jean Guitton resplandece con espíritu de la época. Guitton se carteaba con Albert Camus; con su exalumno Louis Althusser, a quien asistió en su locura y en su dolor (Althusser, enloqueció y asesinó a su esposa). Jean Guitton participó como laico en el Concilio Vaticano II, al que se anticipó en sus enfoques. Defendió con celo la autonomía del pensamiento y del arte (también era pintor) y se adelantó en la interpretación hermenéutica de los textos bíblicos: "Estoy cada vez más convencido de que en los siglos futuros la relación entre teología y exégesis se invertirá: se partirá de los textos bíblicos para fundar la teología".

En una entrevista concedida en 1995, Guitton responde así de una pregunta:

-Le diré lo que pienso de los ateos. Pienso que el ateo es un hombre con una idea de Dios más pura que la de sus contemporáneos. Para mí, la figura del ateo por excelencia es la de Sócrates. Fue condenado a muerte porque tenía una idea de Dios más pura que la de los demás atenienses, sus contemporáneos que lo condenaron. Spinoza, definido como el ateo más grande de los tiempos modernos, presenta el mismo perfil.

André Malraux aseguraba que "el siglo que viene será religioso o no será" Más cauto, Jean Guitton subraya la complejidad del asunto y dice:

-Con los últimos años del milenio termina una larga época. Estamos como ciegos en un tiempo metafísico. Nadie se atreve a decirlo. Siempre silenciamos lo esencial, porque lo esencial es lo insoportable.

Jean Guitton concebía el progreso espiritual como auténtico fundamento de una vida éticamente más sana y políticamente menos injusta y en él veía la gran deuda contraída por nuestro tiempo con un concepto integrado y pleno del desarrollo humano. La profunda incomprensióndel sentido del progreso espiritual que tanto daño ha hecho, fue combatida y cuestionada por Guitton a lo largo de su lúcida y furctífera obra. Entre sus libros más conocidos están El pensamiento y la guerra; Historia y destino; Lo puro y lo impuro y Lo absurdo y el misterio.

Frente a la desorientación generalizada y la retórica del escepticismo, la obra de Jean Guitton se alza como una potente voz que propone reconocer, en el acercamiento actual entre la ciencia, la fe y la filosofía un venturoso indicio de un periodo renovador, menos indiferente al dolor y, por eso, más humano y esperanzador.

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