30 de mayo de 2010

“La Coartada de ser Dios”

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Habiendo hecho una muy leve y quizás cuidadosa - tímida es la palabra –aproximación a las relaciones entre “Lo humano”, su deseo particular y el “Arte-objeto” de la fotografía, y teniendo en cuenta todo lo anterior como una especie de “coartada” del deseo como uno contextualizado en unas determinadas relaciones con un otro, podemos ahora adentrarnos en otros aspectos de la fotografía que la conciernen como objeto único y que además refiere por naturaleza a un sujeto también único. Queda entonces interiorizarse del “drama” complejo del sujeto que fotografía - que “escribe sobre el otro o a través del otro con luz”- y del que es fotografiado, de aquel que “muere” y perdura, como señala Barthes, “víctima” de su propio tiempo, de su “exquisita” finitud.

Hay cierto goce en lo anteriormente dicho, ya que la alusión a la inevitabilidad de la muerte es también una alusión a la vida y del “apareamiento” de estas el deseo pudiera ser una especie de “hijo”, una “pulsión” que deambula “provocando” a una y a otra y al fotógrafo y al sujeto “sacudiéndolo”, haciéndole un espectador y un verdugo al mismo tiempo, también quizás el “puente” a través del cual estas fuerzas se nacen y concretizan de modo “real”. Así, el acto de “disparar” - y no es casualidad que se le designe así - tiene o implica el deber de “matar” al otro para poder así mantenerlo “vivo”.

Se asesina con cierta prudencia, hasta con amor en el deseo de conservar un momento, al tiempo en una caja o marco, y se asesina también confiado en estar predeterminando la resurrección del objeto, como en un juego de dioses.

Si la única certeza “real” es que somos sujetos que morirán en un futuro, y que luego de eso seremos pasado, recuerdo y si no recuerdo entonces ni siquiera muerte sino nada, nada al final, entonces pareciera quedar - ante lo inevitable - la vida, la propia resurrección y la de otros, siempre mediada por la propia muerte y la de esos otros.

El deseo se mueve como pez en estas aguas, es supremo en cuanto dictamina, “sentencia” sin juicio ni proceso este destino. Ante lo irrefutable de nosotros mismos es que “quedamos” y quedamos fracturados por ser expresiones de ese conflicto.

Preferiríamos saber que somos lo uno o lo otro pero no ambas realidades al mismo tiempo, en el mismo cuerpo, momento y espacio, pero lo somos, lo fuimos y lo seremos.

Nuestro verbo es actual e incluye el pasado y el futuro en una muerte y una vida también “actual”, poblada de momentos muertos y de futuros que erosionan la mirada de este instante.

Cuando fotografío a alguien o algo - aunque creo que es necesario hacer algunas distinciones quizás más condicionadas por mi moral que por mi deseo - estoy implicado en el entredicho de mi deseo, de mi muerte y de la muerte del otro que es fotografiado. He aquí –y de algún modo soterrado ya se expresa- el hecho simbólico y real de que el “apareamiento” de mis deseos relacionados a otros seres y la “muerte” de estos, tienen en un origen un absoluto del que penden y en el que oscilan: ese absoluto es mi moral, mi moral de las relaciones humanas y de los objetos, mi moral del deseo relacionado a otro, mi moral de la fidelidad de la que soy o no soy capaz, mi moral de la muerte y de la muerte de otros, mi moral del “abuso no violento pero abuso” del otro cuando hay o no cierto permiso para “sacar” la fotografía de aquello “elegido”.

La fotografía no puede ni debe ser un acto inconsciente, esto en el sentido de ser un acto “artístico” pero evitativo de las relaciones con el otro. Es inconsciente en el deseo que contiene, mas eso no justifica la utilización de excusas abstractas o de intermediarios materiales para su consecución como tal, eso es la negación de la conciencia del deseo significa operacionalizarlo o convertirlo en una razón -. Este sigue en el plano de la pasión y como tal es absurdo osar desterrarlo de ese lugar porque hacerlo seria traerlo a la luz y traerlo seria negarlo y negarnos.

No puedo extender el conflicto de mi propia moral a través de excusas ideológicas, artísticas, etc., a la existencia y moral de otro. Sólo el acuerdo real entre los participantes del acto hace de este una experiencia, una relación, y sólo a través de la legitimación de esta, la huella, la prueba se convierte en OBRA, porque implica y porque involucra y así persiste, queda.
Rodrigo Mancilla González
Poeta – Fotógrafo

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